lunes, 19 de septiembre de 2016

CyborgNest North Sense



 . En más de una ocasión he afirmado que  los objetivos de la tecnología cibernética no deberían limitarse a eliminar discapacidades en un individuo mediante la creación de prótesis biónicas como brazos, manos o piernas sino también a ayudar a mejorar las capacidades de nuestro cuerpo físico mediante la adición de nuevas funciones y "sentidos" que nos permitir extender las posibilidades de nuestro cuerpo.

Esta idea que quizá alguien pueda pensar arrogante o soberbia no es para nada novedosa. Durante toda la historia el hombre ha tratado, y en muchos casos conseguido, superar las limitaciones de su cuerpo natural, desde la propia ropa que vestimos hasta toda la colección de herramientas que hemos inventado tienen ese fin.
Ni siquiera la idea de ampliar nuestras posibilidades mediante la tecnología cibernética es nueva. Con la popularización del uso de smartphone el común de los ciudadanos ha adquirirdo "poderes" que nuestros antepasados ni tan siquiera eran capaces de soñar. Podemos acceder a una cantidad ingente de información al instante como si lleváramos constantemente una biblioteca o un oráculo a nuestro lado, podemos comunicarnos con personas en casi cualquier lugar del mundo desde casi cualquier parte, podemos saber que tal les va a personajes famosos (y no tan famosos) casi a tiempo real y tenemos a una especie de "duende" que, en forma de GPS, nos dice por donde tenemos que ir para llegar a cualquier parte. Que esto sea algo que nos parezca normal hoy día por su uso habitual no quiere decir que se traten de capacidades asombrosas y casi milagrosas vistas en perspectiva.

Pues bien, desde este marco conceptual donde le damos la bienvenida a "North Sense" un proyecto liderado por el Cyborg Neil Harbisson que pretende aumentar nuestras capacidades añadiéndonos un sentido más a los cinco ya existentes. En este caso se trata de un pequeño aparato, bautizado como North Sense, que cabe en la palma de la mano y que puede adherirse fácilmente a cualquier parte de nuestro cuerpo. Con dicho dispositivo  sentiremos una vibración cada vez que nuestro cuerpo esté orientado hacia el norte, imitando así la capacidad innata que tienen muchas especies en el reino animal y que, según parece, nuestra propia especie también tuvo en alguna medida antes de que nuestros cachivaches electrónicos permitieran su total atrofia. Ya está disponible en pre-venta por un precio de 350€ que podemos considerar razonable para aquellas personas que puedan sacar provecho de este nuevo sentido (exploradores, deportistas de alta montaña, marineros...) y quieran comprometerse con su evolución particular coo individuo hacia otro estadio de organismo ciborg. Esperemos que esta sea la primera de muchas iniciativas que tengan como fin el mejoramiento de la especie y la transición de la condición humana a la condición trans-humana.

Más infomación en http://www.cyborgnest.net/ 

viernes, 16 de septiembre de 2016

New romance - Art and the Post human



En este enlace podéis encontrar información acerca de una interesante exposición donde artistas de Australia y Corea nos animan acerca de lo que supone ser un humano hoy en día y acerca de la condición de post-humano.
https://www.mca.com.au/exhibition/new-romance/

martes, 16 de febrero de 2016

La Cyborización de la ficción

people


Aunque la mayoría no somos conscientes de ello, nuestro inexorable proceso de cyborización continúa imparable hasta el punto de que estamos a un paso del hecho de que una transcripción de una de nuestras conversaciones habituales sería totalmente ininteligible para nuestro yo de 1999. Haz el siguiente experimento mental, ¿cómo hubieras reaccionado en 1999 ante este mensaje de ejemplo (en caso de que hayas tenido edad suficiente en esa época)?
“Te llamo por Skype en cuanto esté en casa y te cuento los ‘likes’ que he conseguido en ‘insta’ gracias al ‘hashtag’ que te comenté. LOL, lo petamos!”. Te mandaré un ‘Guasap’ cuando esté llegando”
Este podría ser un mensaje muy normal y no solamente entre gente joven sino incluso entre otros un poco más entrados en años (he obviado usar el lenguaje tipo “q” , “pq” y “qdms?” para no hacer la conclusión demasiado evidente). A estas alturas la diferencia entre adolescentes y “cuarentañeros” es más de matiz; “Facebook” es una palabra más habitual entre los segundos y “Snapchat”, por ejemplo, entre los primeros.
No me malinterpretéis, no soy nada sospechoso de tecnofobia y al fin y al cabo no parece que nadie vaya a viajar al pasado en breve, así que mientras lo del “ministerio del tiempo” siga siendo una ficción ningún problema. Pero es precisamente ahí, en los relatos de ficción, donde aprecio una cuestión cuanto menos fascinante. Y es que si un guionista de cine o televisión quiere crear una ficción narrativa que refleje la realidad actual con un mínimo de verosimilitud, a la fuerza tendrá que mostrar escenas donde los protagonistas lo único que hacen es teclear monótonamente y mirar la pantalla de sus dispositivos con cara abúlica, esbozando, en el mejor de los casos, una mueca de tanto en cuando (nótese que uso la palabra “dispositivos” y no “teléfonos” pues la anacronía de este último término tan sólo describe una función cada vez más residual de estos aparatos). Como además el tiempo que pasamos a inclinar nuestra cabeza sobre los cacharritos cada día es mayor, los guionistas no tienen otra que aceptar esta pesadilla e intentar crear fórmulas ingeniosas de mostrar una actividad que por definición es totalmente insulsa. Y es que cuando el grueso de las conversaciones se realizaban cara a cara, un director de cine tenía una amplia gama de recursos para sacar lo mejor de sus actores. Podía contar con la riqueza de la comunicación no verbal, con la prosodia de las voces y era posible coreografiar armoniosamente los cambios de plano. Pero la dichosa y cada vez más omnipresente vida virtual es tremendamente aburrida para quien la observa desde fuera; una persona aporreando un teclado delante del ordenador o arrastrando el dedito sobre su smartphone, eso es todo.
Son muchos los trucos que que utilizan los creadores para esquivar este hecho, pero casi todos ellos, antes o después, acaban recurriendo a lo único imprescindible para que pueda entenderse la conversación de forma directa: la captura de pantalla con el chat de turno. Así que al final, lo que estamos viendo cuando miramos una historia de ficción o un documental con escenas de este tipo, es una pantalla dentro de otra pantalla.
El otro día me sorprendí a mí mismo viendo una serie (me disculpan no recordar el nombre pero acaso es algo baladí, seguro que esto que voy a contar se da en muchas), en el que se veía como una muchacha le mostraba a otra la pantalla de su smartphone en dónde se veía, a su vez, la captura de otra pantalla que contenía el mensaje objeto de la discusión. Mientras aparecía el plano detalle de la superficie lisa del dispositivo mostrando la captura, me percataba que estaba mirando una pantalla > dentro de una pantalla > dentro de una pantalla y me preguntaba hasta que número de iteraciones sería posible llegar.
No se a vosotros, pero a mí la idea de ver una película donde la mitad del metraje sea gente sobando dispositivos y captura de chats con emoticonos no me pone absolutamente nada. El airbag ya nos privó de las escenas de persecuciones automovilísticas y ahora las RR.SS nos privan de los diálogos histriónicos.
Mi esperanza, no obstante, radica precisamente en el hecho de que como la cyborgrización de la sociedad es imparable,  probablemente el status quo tecnológico no sea más que un estado transitorio ya que los actuales dispositivos táctiles en los que cada día pasamos más horas, pronto caerán en el olvido y serán sustituidos por otro tipo de interfaces que, ..los ángeles lo quieran.., dejarán mayor margen a la expresión corporal y nos permitirán presenciar una suerte de danzas cibernéticas mucho más ricas en posibilidades, similares a aquellos arabescos que Tom Cruise popularizó en el film “Minority report”.
Imagen: Esther Vargas https://flic.kr/p/fHr5pX